Miguel Tadeo


Logroño, 1986

“Tan solo la expresión puede dotar de realidad a la realidad. Y la realidad no está en la realidad, sino solamente en la expresión”. Yukio Mishima

Sé que poco importa, pero nací en 1986 en Logroño y pinto en Madrid, en una estancia no demasiado amplia que sirve al mismo tiempo de salón-comedor y de estudio; un espacio en el que las especias utilizadas para cocinar y la trementina se entremezclan bajo la luz fría que suele bañar los cuadros, los platos y el sofá.

Si para empezar tengo que utilizar el verbo «ser», soy, como afirmó Andrew Wyeth, «un fanático de la pintura»; considero que esta debería constituir una narración eficaz, razonada, atemporal y mistérica, y quizá por eso disfrute del desnudo: la ausencia de ropa y de elementos decorativos impide situar la imagen en el tiempo y subraya la fragilidad del ser humano.

Pero todo esto ha venido después; es decir, la pintura, la luz fría de mi salón-comedor, el óleo, los desnudos... Lo primero fue Miguel, un niño de La Rioja que (me veo obligado a citarlo debido al gusto biográfico por las estirpes de artistas) carecía de referentes pintores en la familia; un joven curioso que se empeñó en recibir clases de dibujo porque entendía que debía estudiar Bellas Artes; un chaval que suspendió la prueba de acceso a dicha carrera.

Después de tal impacto contra el destino y con polvo de carboncillo aún en las pestañas, tuve que reinventarme, cambiar el rumbo, no volver a hablar en tercera persona; cursé Restauración de Bienes Culturales y posteriormente me especialicé en Documento Gráfico. Estos estudios me hicieron tres regalos: conocimiento, técnica e intimidad —al fin y al cabo, a los restauradores les está prohibido hacer uso de sus habilidades artísticas en aras de la fidelidad a la obra y su creador—.

Conocimiento, técnica e intimidad: sin darme cuenta había encontrado los pilares sobre los que apoyar mi caballete.

Así que con 24 años comencé a presentar mis cuadros en un certamen nacional de pintura, atrayendo la atención de Antonio López; nos conocimos y entablamos una amistad que dura hasta hoy, y que fue fundamental para disipar todas mis dudas: debía pintar. Empecé pintándome a mí mismo en todas las posiciones posibles a partir de estudios fotográficos previos (que es como suelo trabajar) y, con el tiempo, otros modelos, musas, amigos y conocidos fueron pasando por delante de mis ojos, cobrando vida (o perdiéndola) en mis cuadros.

Como entiendo que el diálogo con la obra debe establecerse desde el inicio (la confianza no puede ser fingida), casi nunca utilizo bastidores manufacturados; tenso yo la tela, la fijo y aplico mi propia imprimación. De igual manera, cuando el soporte es en tabla, procuro realizar todo el proceso con las técnicas de antaño. No me cierro a la experimentación ni a la novedad; sin embargo, los métodos antiguos atesoran los siglos suficientes como para dar fe de su durabilidad. A las técnicas y soportes de las últimas décadas aún no les han pasado factura los años. No quiero que haya intermediarios ni tampoco apriorismos, solo deseo ofrecer una verdad sin artificios, donde el golpe de efecto se diluya —pierda fuelle y remane— frente a una concepción realista y desprovista de ornatos descafeinados. La libertad de expresar, sin opinar.

Ahora debería dedicar un párrafo a los premios y los laureles, pero me lo salto y acabo esta reseña apuntando que hoy por hoy sigo en Madrid, sigo pintando y, aunque sé que poco importa, para mí es suficiente.

Obras Expuestas

  • “Juan”, lapiz sobre cartón, 2019.
  • “Gravedad perfil”, oleo sobre cartón, 2019.
  • “Autorretrato como Alain Mangel de Moebius”, óleo sobre tabla, 2018.
  • “Autorretrato sombrío”, óleo y tinta sobre cartón,2019.